23 Ene ¿Cuándo es buen momento para iniciar un proceso terapéutico?
Tomar la decisión de ir al psicólogo no es nada sencillo. Existe un rechazo, que por suerte poco a poco se va atenuando, a la figura del psicólogo/a. Se crean en el imaginario colectivo estereotipos y mitos llenos de recelo, miedo y desconfianza que alimentan dicho rechazo.
Por una parte, vivimos en una sociedad en la que, hasta hace muy poco tiempo, no se hablaba de los problemas relacionales o de las heridas emocionales ya que era considerado un tema tabú. Además, al trabajar con emociones y con formas de adaptación al mundo elaboradas a lo largo de los años, los resultados pueden no ser tan rápidos como la persona desea ni como está acostumbrada a ver en otras profesiones. Y, por supuesto, como en cualquier profesión, han existido, existen y existirán personas que no respetan lo que hacen y no le dan el cuidado y la importancia que merece su trabajo. La unión de estos factores hace que cuando una persona tenga una mala experiencia terapéutica lo generalice afirmando que los psicólogos no sirven para nada.
A esto se le añade que pedir ayuda no resulta sencillo de por sí. Nos parece lógico buscar a otra persona para que nos ayude a arreglar las tuberías de casa, a llevar las cuentas, etc. Todos entendemos que no tenemos por qué saber cómo hacerlo, que existen profesionales que se han formado para ejercer ese trabajo y que es lógico solicitar sus servicios. Pero en el caso del psicólogo el concepto cambia, ya que se trata de uno mismo y “en teoría, debería saber solucionarlo”. Este podría ser un diálogo típico de cualquier persona “¿De qué me va a servir ir a terapia? Yo ya sé cuál es mi problema (laboral, familiar, relacional, de salud, etc), lo que tengo que hacer es ponerle solución. Además ¿qué pinto yo contándole mis intimidades a un desconocido?”
Ante tal discurso interno lo natural es rechazar la idea por completo. Sin embargo, el mundo interno no resulta tan sencillo de comprender ni de lidiar con él, a pesar de que nos acompaña a cada momento. A veces no entendemos por qué nos sentimos tristes o enfadados, por qué no podemos controlar nuestra ira o por qué nos cuesta tanto afrontar esa situación. A veces no podemos quitarnos esa carga que nos oprime y es que, a veces, necesitamos de otra persona que nos ayude a entendernos y que nos acompañe en ese proceso aportándonos seguridad, cariño y respeto. Es lógico sentir recelo e incluso miedo a la terapia porque en la relación terapéutica exponemos nuestra intimidad y vulnerabilidad más que en ninguna otra relación profesional. Pero también es cierto que cuando nos lanzamos, confiamos en esa persona, y abrimos el corazón nos encontramos inmersos en una relación terapéutica que nos ayuda a comprendernos y a desarrollar recursos que han podido estar ocultos bajo capas de dolor, inseguridad o falsas creencias sobre uno/a mismo/a durante años.
Ir al psicólogo no es una cuestión de fe, como he escuchado muchas veces “yo no creo en el psicólogo”. Acudir a un psicólogo es una forma de mantenernos emocionalmente saludables, tal como hacemos cuando acudimos al médico para realizarnos un chequeo o cuando no nos sentimos bien físicamente. Ir al psicólogo es una elección para todos aquellos que no se conforman con soportar el malestar sin ponerle solución. Ir al psicólogo es una opción para mejorar nuestro bienestar y calidad de vida. Por tanto, y de la misma manera que no esperamos a retorcernos de dolor para ir al médico, no esperes a estar sumido en un dolor emocional o en una preocupación tal que te impida vivir tu vida como quieres. El mejor momento para decidir ir al psicólogo es cualquier momento, por ejemplo, ahora.